GRACIAS POR
SER SACERDOTE.
No resulta fácil ser sacerdote. Por las
críticas de algunos familiares, que no comprenden por qué un joven deja la
carrera o el trabajo para ir al seminario. Por la sonrisa compasiva de amigos,
que ven cómo queda “arruinado” un futuro que parecía prometedor. Por la mirada
de gente anónima, que espera el día en que la Iglesia deje de existir sobre la
tierra...
Pero hay y habrá sacerdotes porque hay y
habrá hombres dispuestos a responder a un Amor más grande. Cada una de sus
historias se explican desde la llamada del Dios que vino al mundo para curar
heridas, para limpiar pecados, para encender esperanzas, para enseñar senderos
de cariño verdadero.
Miles y miles de sacerdotes han seguido y
siguen las huellas del Maestro. Con su mirada y su palabra, con su silencio y
su sonrisa, con sus manos temblorosas al tomar el pan y decir palabras divinas,
con sus pies cansados tras recorrer caminos polvorientos o ciudades llenas de
bombillas y vacías de ilusiones verdaderas.
Gracias a tantos sacerdotes hay novios que
maduran en su amor fresco y tierno, hay esposos que crecen en el camino de la
vida, hay ancianos que miran al cielo mientras se apoyan en un nieto inquieto,
hay niños que sonríen porque empiezan a conocer la historia de Jesús el
Nazareno.
Gracias al sacerdote miles de hombres y
mujeres han escuchado la Palabra, y han recibido el Cuerpo del Hijo Amado. El
Amor se hizo Pan tierno, la esperanza surgió con nuevas fuerzas, la fe quedó
nuevamente iluminada, la justicia se hizo presente en un mundo hambriento y
dolorido.
Gracias a un sacerdote fui acogido en la
Iglesia con las aguas del bautismo. Gracias a muchos sacerdotes recibí el
perdón en confesiones sencillas e infantiles, o más profundas mientras crecía
en estatura y problemas. Gracias a muchos sacerdotes encontré palabras de
consuelo, luz para las dudas, reflexión para tomar opciones decisivas,
invitaciones a dejar egoísmos y a compartir mis bienes y mi tiempo con tantos
hermanos deseosos de encontrarse con Jesús el Nazareno.
Muchos sacerdotes, en los casi 2000 años de
nuestra Iglesia, ya están con Dios. Fueron misioneros, como Francisco Javier.
Fueron amigos de esclavos, como Pedro Claver. Fueron confesores apasionados,
como el cura de Ars o el Padre Pío. Fueron consejeros de almas, como Francisco
de Sales. Fueron soldados del Evangelio y defensores del Papa, como Ignacio de
Loyola. Fueron callados testigos de Dios en el desierto, como Charles de
Foucauld.
A los sacerdotes de ayer y los de hoy, a
los que yacen enfermos y a los entusiastas por su juventud perenne, a los que
trabajan entre libros y a los que no paran de ir de casa en casa... A tantos
sacerdotes enamorados de Cristo, testigos de amor y compañeros de esperanza, de
corazón, ¡gracias, gracias, gracias!
A LOS PIES DEL MAESTRO
Mayo 3 De 2012
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