martes, 8 de abril de 2008

LECTURA BIBLICA

Lc. 24, 13 – 35:
“Aquél mismo día, dos de los discípulos se dirigían a un pueblo llamado Emaús, a unos once kilómetros de Jerusalén. Iban hablando de todo lo que había pasado. Mientras conversaban y discutían, Jesús mismo se acercó y comenzó a caminar con ellos. Pero aunque lo veían, algo les impedían darse cuenta de quién era.
Jesús les preguntó: ¿De qué van hablando ustedes por el camino? Se detuvieron tristes, y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, contestó: ¿Eres tú el único que ha estado alojado en Jerusalén y que no sabe lo que ha pasado allí en estos días? Él les preguntó: ¿Qué ha pasado? Le dijeron: Lo de Jesús de Nazareth, que era un profeta poderoso en hechos y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo los jefes de los sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte para que lo crucificaran. Nosotros teníamos la esperanza de que él sería el había de libertar a la nación de Israel. Pero ya hace tres días que pasó todo esto. Aunque algunas de las mujeres que están con nosotros nos han asustado, pues fueron de madrugada al sepulcro, y como no encontraron el cuerpo, volvieron a casa. Y cuentan que unos ángeles se les han aparecido y les han dicho que Jesús vive. Algunos de nuestros compañeros fueron después al sepulcro y lo encontraron tal como las mujeres les habían dicho, pero a Jesús no lo vieron.
Entonces Jesús les dijo: ¡Qué faltos de comprensión son ustedes y que lentos para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿Acaso no tenía que sufrir el Mesías estas cosas antes de ser glorificado? Luego se puso a explicarles todo los pasajes de las escrituras que hablaban de él, comenzando por los libros de Moisés y siguiendo por todos los libros de los profetas. Al llegar al pueblo donde se dirigían, Jesús hizo como que iba a seguir adelante. Pero ellos lo obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque ya es tarde. Se está haciendo de noche. Jesús entró, pues, para quedarse con ellos. Cuando ya estaban sentados a la mesa, tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se los dio. En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús; pero él desapareció.
Y se dijeron el uno al otro: ¿No es verdad que el corazón nos ardía en el pecho cuando nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras? Sin esperar más, se pusieron en camino y volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once apóstoles y a sus compañeros, que les dijeron: De veras ha resucitado el Señor, y se le ha aparecido a Simón. Entonces ellos dos les contaron lo que les había pasado por el camino, y cómo reconocieron a Jesús cuando partió el pan.
PALABRA DEL SEÑOR.

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